El 11 de septiembre del año 3 a.C., fecha del nacimiento de Jesús.

La narrativa historiográfica predominante ha tendido a omitir deliberadamente los hallazgos del investigador Ernest Martin, así como el análisis de la inscripción censurada hallada en Cesarea, ambos elementos que plantean objeciones sustanciales a la cronología oficialmente aceptada. Esta omisión no parece ser fruto del desconocimiento, sino de una estrategia selectiva de silenciamiento dentro del discurso académico dominante, que privilegia determinadas interpretaciones en detrimento de otras que podrían reconfigurar la comprensión histórica establecida.

Ernest L. Martin, doctor en teología y figura controvertida en los estudios bíblicos e históricos, desarrolló una tesis que reconfigura de forma significativa la cronología tradicional del nacimiento de Jesús y, por extensión, diversos elementos del calendario judeocristiano. Su obra más influyente, The Star That Astonished the World, sostiene que la fecha del nacimiento de Jesús no corresponde al año 1 a.C. ni al 4 a.C., como comúnmente se ha propuesto, sino al 11 de septiembre del año 3 a.C., basándose en una relectura tanto de fuentes astronómicas como de textos históricos y bíblicos.

Martin articula su argumento en torno a varios pilares:

  1. Astronomía antigua y Apocalipsis 12: Utiliza programas de retrocálculo astronómico para vincular el fenómeno de la “estrella de Belén” con una conjunción planetaria observada en la constelación de Virgo, que él asocia con la visión apocalíptica del capítulo 12 del Apocalipsis. Esta alineación astral, según Martin, ocurrió el 11 de septiembre del año 3 a.C., fecha que él interpreta como indicativa del nacimiento de Jesús.
  2. Errores cronológicos heredados: Critica duramente el trabajo de Dionisio el Exiguo, el monje que en el siglo VI estableció el calendario Anno Domini, acusándolo de errores de cálculo al fijar la fecha de nacimiento de Cristo.
  3. Relectura de fuentes históricas: Reinterpreta pasajes de Josefo, Suetonio y Tácito para sostener que la muerte de Herodes el Grande —punto crucial para datar el nacimiento de Jesús según la cronología tradicional— ocurrió en el año 1 a.C., y no en el 4 a.C. como mantiene el consenso académico. Esta conclusión desafía el pilar cronológico sobre el que se apoya la datación histórica eclesiástica.
  4. Inscripción de Cesarea: Aunque no siempre se le atribuye a Martin directamente, una inscripción encontrada en Cesarea y posteriormente relegada al olvido en la discusión académica parecería dar peso a su propuesta cronológica. Martin y otros autores afines sostienen que la exclusión de dicha fuente de la discusión principal refleja un sesgo ideológico, más que un escrutinio metodológico legítimo.
La tesis de Martin ha sido ampliamente rechazada por la academia convencional, en parte por su asociación con corrientes apologéticas y revisionistas. Sin embargo, su trabajo representa un ejemplo paradigmático de cómo una propuesta interdisciplinaria —que combina astronomía, exégesis textual y crítica histórica— puede desafiar la autoridad de las narrativas establecidas. Desde una perspectiva periodística, el silenciamiento sistemático de sus propuestas también ilustra las dinámicas de poder epistémico y la selectividad inherente a la producción del conocimiento histórico.

La inscripción de Cesarea, también conocida como el Testimonium de Cesarea, es un artefacto epigráfico hallado en las ruinas del teatro romano de Cesarea Marítima en 1961. Aunque su descubrimiento suele ser citado en el contexto de la validación histórica de Poncio Pilato —pues es el único testimonio arqueológico directo que menciona su nombre y cargo—, existe controversia sobre otra inscripción, menos divulgada y asociada a la cronología del gobierno de Quirino, gobernador de Siria, y su relación con el censo mencionado en el Evangelio de Lucas (Lc 2:1–2), punto clave en la tesis de Ernest Martin.

Contenido epigráfico silenciado

Según diversos autores revisionistas, entre ellos Martin, habría existido una inscripción en Cesarea que sugeriría que Quirino pudo haber ejercido funciones censales en Judea antes del año 6 d.C., contradiciendo la cronología canónica que lo sitúa como gobernador solamente en ese año. Esta relectura es esencial porque el Evangelio de Lucas vincula el nacimiento de Jesús con un censo llevado a cabo durante el gobierno de Quirino. La historiografía tradicional considera que hay una contradicción entre Lucas y Mateo, porque Mateo ubica el nacimiento durante el reinado de Herodes (quien murió antes del 4 a.C.). Martin intenta resolver esta aparente contradicción cronológica demostrando que Quirino podría haber desempeñado un papel censal anterior al año 6 d.C., bajo Augusto, en una misión especial.

La inscripción omitida

No se trata de la famosa inscripción de Pilato, sino de otra pieza menos publicitada, que —según los defensores de la tesis de Martin— fue encontrada en la misma zona y contenía evidencia de una primera administración de Quirino en Siria o Judea, previamente a la oficialmente reconocida. No obstante, esta inscripción ha sido poco difundida en la literatura arqueológica estándar, y se alega que su análisis fue desestimado o archivado de forma selectiva. Este acto ha sido interpretado como parte de un proceso de supresión institucional del dato, debido a su potencial de desestabilizar la cronología establecida.

Implicaciones historiográficas

Si se confirmara que Quirino estuvo activo antes del año 6 d.C. en Judea o Siria con funciones censales, se reforzaría la propuesta de Martin de que Jesús nació alrededor del año 3 a.C., y no durante el reinado exclusivo de Quirino posterior a la anexión de Judea como provincia romana. La inscripción, en este sentido, no solo tiene valor arqueológico, sino que se convierte en una pieza de confrontación narrativa entre la historia oficial y una reconstrucción alternativa de la cronología bíblica.

En suma, el uso selectivo de la epigrafía por parte del aparato académico, en contraste con su potencial desestabilizador de los relatos institucionalizados, se alinea con la tesis de Martin de que la historia religiosa y política antigua está mediada por silencios estratégicos.



Conclusión

La propuesta cronológica de Ernest L. Martin, respaldada por fuentes astronómicas, exegéticas y epigráficas, representa una relectura crítica que cuestiona los fundamentos sobre los que se ha erigido la cronología tradicional del cristianismo primitivo. Lejos de limitarse a una especulación teológica, su trabajo articula una metodología interdisciplinaria que interpela tanto a la historia bíblica como a la historiografía secular. En este contexto, la inscripción de Cesarea —particularmente aquella que sugiere una primera administración de Quirino anterior al año 6 d.C.— adquiere un papel central, pues sugiere la posibilidad de que las fuentes arqueológicas hayan sido tratadas con un sesgo confirmatorio por parte del discurso académico dominante.

El silenciamiento o la marginalización de estas evidencias no debe entenderse como una mera omisión accidental, sino como una manifestación estructural de las dinámicas de poder epistémico que operan dentro del campo de la producción del conocimiento histórico. La selección de fuentes, la interpretación normativa de los datos y la institucionalización de una narrativa cronológica única constituyen mecanismos de legitimación cultural que, en este caso, han resistido activamente cualquier revisión sustantiva. La tesis de Martin, pese a su recepción escéptica, cumple así una función esencial: tensionar los límites del relato oficial, revelando que la historia no es solamente un ejercicio de reconstrucción objetiva, sino también un campo de disputa discursiva.

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